viernes, febrero 25, 2005

(...)APARECIÓ EN EL CIELO (...) UNA MUJER VESTIDA DEL SOL, Y LA LUNA DEBAJO DE SUS PIES, Y EN LA CABEZA UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS (Ap. 12, 1)

Este año celebramos el 150 aniversario de la solemne definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María, hecha por el Beato Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 a la Bula Ineffabilis Deus. Este Dogma de Fe, que todos los fieles debemos creer, declara que María Santísima, por una gracia singular de Dios, fue preservada de todo pecado desde el momento de su concepción1. Dios la eligió gratuitamente a Ella para ser la Madre de su Hijo y, en previsión de su Maternidad Divina, la redimió de antemano, dándole, por los méritos de Jesús Salvador del género humano, la perfecta pureza y plenitud de Gracia que requería su excelsa misión.
Más adelante, María, concibió y acogió a Jesús en su Corazón antes que en su cuerpo (en la Encarnación), porque estaba llena de la Gracia de Dios y vacía de cualquier otra cosa. Ella nos muestra con su ejemplo cómo es necesario quitar del corazón toda impureza a fin de que el Señor pueda vivir y traernos la salvación.
Estando aún Jesús en el Seno Virginal de María, la Sagrada Familia viajó a Belén, obediente al edicto del César. “(...) hallándose allí, le llegó la hora del parto. Y dio a luz a su hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y lo reclinó en un pesebre, porque en el mesón no había lugar para ellos.”(Llc.2, 6- 7). Los familiares y conocidos no se atrevieron a acogerlos, temerosos de Herodes. La posada estaba atestada y no había "reservados" para la gente humilde. Tan solo encontraron, finalmente, una cueva que era pobre, pero ajena a aquel ajetreo.
No nos creamos nosotros mejores que los poco hospitalarios betlemitas de entonces: Jesús viene cada día a nuestros altares (por el maravilloso milagro de la Consagración) y permanece. Quiere habitar personalmente en cada corazón a lo largo de cada instante de nuestra jornada. Pero también estamos demasiado llenos de cosas muertas y de nosotros mismos, o tenemos miedo de no estar a tono con el ambiente. Tampoco nos abrimos lo suficiente a todas las pobrezas (materiales o espirituales) de los hermanos. Quizás sí que hayamos acogido ya a Dios en el corazón, pero aún lo tenemos lleno de trastos y suciedad que son obstáculo para una vida totalmente disponible a la acción del Espíritu Santo.
Sin duda José limpiaría la cueva de Belén a conciencia y María la arreglaría cuidadosamente. Ayudémosles, pues, a preparar en nuestro corazón una cuna para el Niño Jesús, acogedora, limpia y tierna...
María Santísima fue la única preservada del pecado, ¡no nos sorprendamos nosotros al hallarnos pecadores! Hagamos, pues, unas buenas Confesiones, poniendo a los pies del sacerdote (que nos perdona en Nombre de Jesús) todo aquello que nos aleje de agradar a Dios y vivir en su Voluntad, su Amor, que incluye todas las criaturas. ¿Quién no se acercará con confianza al pequeño Niño Jesús, Príncipe de Paz, para pedirle que le reconcilie con la Santísima Trinidad y con la comunidad de hermanos? Sólo cuando el Amor de Dios habite en nosotros podremos ser testigos, constructores y transmisores de la Paz Divina. Al experimentar la liberación de nuestros pecados por la Gracia de Dios, nos volveremos, también nosotros, misericordiosos.
María no se quedó este gran regalo de Dios para disfrutarlo Ella sola, sino para darse totalmente; agradecer a Dios sus dones implica compartirlos. Por eso cuando nos consagramos a Ella nos lleva de la mano y nos allana el camino para que lleguemos también nosotros a vernos libres de la esclavitud del pecado y ser perfectos en el Amor.
¡Os deseo unas Santas Y Felices Navidades con Jesús, María y José! 1.-la concepción es el preciso instante en el que empieza la vida humana, en cuanto se han unido el óvulo y el espermatozoide para formar el zigoto que se une inmediatamente al alma creada por Dios.