viernes, febrero 25, 2005

"(...) ELÍAS SUBIÓ AL MONTE CARMELO; SE POSTRÓ EN TIERRA (...) - HAY UNA NUBECILLA COMO LA PALMA DE LA MANO QUE SUBE DESDE EL MAR(...)" (1Re 18, 42-44


Posted by Hello

La devoción a la Virgen bajo la advocación del Carmen es la más antigua de todas.
Siglos antes de Cristo, Elías, después de tres años de sequía y después de orar, vio una humilde nubecilla que, subiendo del mar, acabó por cubrir el cielo, bendiciendo así la tierra con la lluvia vivificadora. La nubecilla era el símbolo de la Virgen María, dispensadora de las gracias celestiales que nos traen la Vida Eterna. Los sucesores de los profetas Elías y Eliseo hicieron vida de oración, pobreza y mortificación en el monte Carmelo (Israel). Mucho antes del nacimiento de Jesús, ya lo esperaban como el Mesías prometido y lo honraban como tal. También veneraban por adelantado a la que había de ser su Madre (¡Cuánta Fe!). Mucho después (s.XII) unos devotos que hicieron allí vida monástica, consagraron una Capilla dedicada a la Virgen del Carmen. De aquí procede la Orden del Carmelo y la devoción a esta advocación mariana.
El 16 de julio de 1251, la Reina del Cielo entregó el Escapulario a San Simón Stock, general de la Orden, como prenda de una gran promesa: se salvarían todos los miembros de la Orden que lo llevaran puesto en la hora de la muerte (habiéndolo vestido dignamente en vida, se entiende). También fueron concedidos posteriormente otros favores (privilegio sabatino, indulgencias...).
El Escapulario del Carmen es un sacramental. Los sacramentales son signos sagrados con los cuales, imitando en algún modo a los Sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por intercesión de la Iglesia. No confieren la gracia del Espíritu Santo como, en cambio, lo hacen los sacramentos, pero, por la oración de la Iglesia, nos preparan a recibirla y nos disponen a cooperar con ella.
Cuando lo llevamos impuesto por un sacerdote autorizado, quedamos inscritos en la Orden Tercera o Cofradía del Carmen; establecemos un vínculo de Amor con esta Familia Religiosa, compartiendo con ella también los beneficios espirituales. También nos comprometemos a vivir, según nuestras posibilidades, su carisma. De éste, quisiera hacer particular mención del espíritu de oración y contemplación. Es fundamental que nos esforcemos en tener vida interior, encontrarnos a nosotros mismos en el silencio y ponernos en disposición de que Dios nos encuentre y nos muestre su Rostro Santísimo. Sólo así reconquistaremos nuestra auténtica identidad para vivir una Vida verdadera, que es la del Espíritu; si no, nos dispersaremos y desorientaremos en medio de tantos estímulos contradictorios. ¡No esperemos al fin de los tiempos para verLo, busquemos en derredor Su imagen!
El Escapulario no es, pues, un "talismán" que nos va a hacer la "magia" de salvarnos o librarnos de los peligros aunque vivamos de espaldas a Dios. Llevarlo nos recuerda nuestra consagración a María Inmaculada a fin de que Ella nos conduzca a Jesús, nuestro Salvador y Amor. Nos esforzaremos, pues, en vivir como dignos hijos suyos, imitándola en todas sus virtudes, que se reúnen en su adhesión total y responsable a la Voluntad de Dios (“Soy la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" -Lc 1, 38-).
Cuando besemos el Escapulario veremos en él la dulce mirada de nuestra Madre que tanto nos ama, y pensando en la Estrella del Mar, recordaremos aquello de la canción: "No temamos si somos sacudidos por la tempestad que nos arrastra mar adentro... pues Él en el mar abre caminos" (Cantoral de la Missa Dominical nº 355).